INTRODUCCIÓN
Jesucristo, durante sus tres años de vida pública, puso las bases de su comunidad. Él reunió a los primeros discípulos y les dio la gran responsabilidad a su misión: "Anunciar el reino de Dios" (Mc 3, 13-16). Es decir, anunciar a Jesucristo resucitado, fuente de agua viva, centro de nuestra comunidad, luz de vida, verdad única y eterna... en fin, hizo de todos los que le siguieron un pueblo de testigos (Jn 15, 16); 2010 años después somos nosotros quienes recibimos tales testimonios y nos hacemos testigos vivos de Jesucristo, quien vive en cada corazón libre y dispuesto en continuar hacia el encuentro del esperado Reino de Dios (paz, libertad, justicia, hermanadad, felicidad).
Hoy en día, este pueblo (tú, yo, él, ellos(as)), animado por la Palabra y la Eucaristía, dentro de la comunión eclesial, se pone en camino para testimoniar su fe, su experiencia de encuentro con el Espíritu de Cristo vivo y resucitado, no como una historia o biografía de Jesús o de la Iglesia, sino como un testimonio de la obra del Espíritu Santo, en vista de que la Iglesia está enraizada en la experiencia y en la tradición de la fe de todos los que nos precedieron (santos y doctores de la Iglesia, cuántos consagrados, religiosos(a), laicos, algunos mostrándose, otros desde su silencio).
Nos dice el Señor: "recibirán la fuerza del Espíritu Santo... y serán mis testigos" (Hch 1,8). Es ahora, tras haber participado de retiros, cursos, charlas, jornadas de oración, meditación dentro de nuestras comunidades parroquiales, etc., donde nos encontramos dispuestos a vivir, testimoniar, engrandecer todo aquello que hemos contemplado. Salgamos como la primera comunidad, tras el Pentecostés, se llenaron de fuerzas (ganas, ánimos, valentía, creatividad...) (Hch 2, 1-4)
VOLVER A LAS FUENTES
Cada vez que nos falten las fuerzas para continuar en el camino de la vida, recurramos a nuestra experiencia fundante, a aquel momento cuando vimos. contemplamos, gozamos o nos comprometimos con una causa o proyecto noble y justo (el flechazo). Desde allí veamos el hoy, superemos las adversidades, respiremos profundamente y volvamos a decir sí, sí Señor, aquí estoy para hacer tu voluntad. Porque todo aquel que edificó su casa sobre roca, no hay tormenta que la derrumbe. Otra manera de retomar a las fuentes en esos días grises, es nuestra maravillosa Eucaristía, aquel misterio y milagro de vida que nos reconforta y anima a seguir adelante. Le sigue la Palabra de Dios (Biblia) que nos da palabras de aliento, desde donde nuestro amado Señor nos habla. También puede ser si los argumentos son insuficientes, recurrir a la tradición vida de la Iglesia, a los escritos de los santos padres, al Magisterio... en fin, a todo aquel momento que nos habla de Dios, que nos anima y motiva a seguir siendo testigos de Jesucristo ya dentro del matrimonio, de la vida consagrada o de soltería. Siempre estamos dispuestos a ser la "sal de la tierra" (Mt 5,13).
EL AMOR, CLAVE DE TODO CRISTIANO COMPROMETIDO
Dante, en la Divina Comedia, dice que el amor mueve al sol y a las estrellas. Para San Agustín, el amor es la fuerza gravitacional del alma, en su fuerza motríz, decía: "lo que es el peso para los cuerpos, eso es el amor para las almas... Mi amor es mi peso..." Según esto, "¿quiéres saber cómo es tu amor? Mira a dónde te lleva. Cada cual es lo que es su amor".
Dante, en la Divina Comedia, dice que el amor mueve al sol y a las estrellas. Para San Agustín, el amor es la fuerza gravitacional del alma, en su fuerza motríz, decía: "lo que es el peso para los cuerpos, eso es el amor para las almas... Mi amor es mi peso..." Según esto, "¿quiéres saber cómo es tu amor? Mira a dónde te lleva. Cada cual es lo que es su amor".
Así pues, el amor es la energía del alma, la fuerza que la hace vivir, luchar y vencer. Todo lo bueno que se realiza, se realiza por la fuerza del amor. Cuanto más grande sea el amor, más grandes serán las obras que se realicen por sencillas que estas sean. El amor nos da alas para volar hacia Dios, no se contenta con las cosas de la tierra sino que aspira siempre a lo trascendental. Por eso, para amar de verdad necesitamos tener a Dios en el corazón... (seguiré escribiendo)
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