En algunos países se les denomina
"alianzas" y es usual que ellas ingresen solemnemente al templo sobre
un elegante almohadón pequeño llevado en las manos de un pajecillo. Durante la
aplicación del Sacramento el sacerdote las bendice y rocía con agua bendita, y
acto seguido convida los novios a que mutuamente se las intercambien repitiendo
palabras de compromiso, fidelidad y amor. Por supuesto que este pequeño
ceremonial incluido dentro del sacramento no es obligatorio ni su ausencia
invalidaría un matrimonio. Dignificado por la solemnidad sobrenatural, como
solamente la Iglesia podía haberlo concebido para la mayor gloria de Dios y
consolidación del amor conyugal, trasmite mayor sentido al mutuo convenio de
una pareja.
Pero el anillo nupcial puede
llegar a revestir condición de auténtico sacramental como el llamado Piscatorio
o anillo del pescador, aquel que se colca al nuevo Pontífice una vez proclamado
después del Cónclave. O como el que reciben los religiosos desde cardenales y
obispos hasta monjas. Bendito y elevado de categoría, el anillo nupcial pasa de
ser un simple arito así sea de modesto hierro, a convertirse en un instrumento
de vida consagrada como si se tratara también de una profesión de vida
religiosa, llena de renuncias y sacrificios santificantes. Signo de oración de
la iglesia por sus hijos, dispone para recibir gracias y otros efectos para la
vida espiritual, y puede incluso llegar a tener la fuerza de un exorcismo
contra tentaciones y ataques de espíritus malignos que inducen al adulterio y
la fornicación. Llevar siempre consigo ese anillo, más que un acto de amor y
fidelidad o un deber conyugal, es mejor una buena protección, ya que bien se
dice que una vez constituida la pareja conyugal, Dios asigna un ángel especial
para ella, y su finalidad es protegerla y protegerlos individualmente en
función del matrimonio como a "una sola carne" que ya son los dos.
Una sola carne eran antes de que Dios sacara a Eva del costado de Adán, una
sola carne vuelven a ser ahora hasta que la muerte los separe y en el Cielo
sean como ángeles. (Mc 12,25).
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