Sabemos perfectamente por
experiencia personal o compartida por otros que existen palabras traidoras.
Palabras que quieren significar cosas buenas, pero sólo oírlas ya suenan mal a
los oídos, al menos a algunos oídos. Una de esas es la misericordia. Al oír la
palabra misericordia muchas personas piensan en sentimentalismo barato, obras
de caridad para rehuir la justicia, ayuda a las personas sin pensar en las causas
que las hacen sufrir. Una palabra importante, pero engañosa, porque no quiere
significar otra cosa que el sentimiento personal profundo por el sufrimiento de
los demás, un sentimiento que mueve a la acción sincera y generosa para aliviar
este sufrimiento. Corazón y miseria componen las dos partes de esta palabra: un
corazón que siente la miseria o sufrimiento de los demás. La misericordia es
pues un sentimiento profundo y dinámico, que no permite que quien lo siente se
quede inmóvil o pasivo ante tanto sufrimiento que hay en la humanidad. Es el
alma de la solidaridad, de la acción social, del compromiso por la justicia.
Por un lado, la compasión es propiamente la actitud permanente que se da en
cualquier situación, siempre que hay fraternidad y amor, y por otra parte, la
misericordia es la compasión hacia la persona que sufre. Una actitud profunda,
una conmoción del corazón, que conduce a los actos de solidaridad.
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