Racionalmente afrontar la muerte
implica preguntarse qué sabiduría surge al momento, ya que una explicación
científica de la misma no es suficiente para entenderla en todo su alcance. Por
eso, según la experiencia de acompañar a personas cercanas a la muerte, tras
prolongadas enfermedades o situaciones accidentales, indico que la vida
garantiza un saber anticipado del morir. La muerte es parte de la vida. Por eso
nos sentimos llamados a acoger la vida con seriedad. Al morir, la vida de una
persona alcanza carácter de totalidad. Morir significa hacer definitivo el
proceso de crecimiento llevado a cabo. Con la muerte queda como sellada la vida
que haya alcanzado. De este modo, la muerte nos
plantea la cuestión del sentido de la vida. ¿Qué habremos edificado que haya
sido noble y humano para nosotros y para los demás? ¿Qué habrá habido de
verdad, de bien y de belleza en nuestra vida, como indicadores de una
existencia que se podría recordar con agradecimiento? ¿Podemos acercarnos a la
muerte confiando en que habrá valido la pena lo que habremos vivido, y que
nuestra propia persona y la de los demás tendrán un valor más alto que el
propio poder avasallador del morir humano? Todas estas respuestas esperadas
se revelan con la propia vida. Es decir, la vida habla de la muerte; y ante la
muerte no nos queda más que decir: ¡He vivido! Bien o mal, la vida que llevaste
lo dirá.
Que gusto leerlo Fray! Saludos desde Cusco!
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