lunes, 17 de diciembre de 2018

ANTE LA MUERTE


Racionalmente afrontar la muerte implica preguntarse qué sabiduría surge al momento, ya que una explicación científica de la misma no es suficiente para entenderla en todo su alcance. Por eso, según la experiencia de acompañar a personas cercanas a la muerte, tras prolongadas enfermedades o situaciones accidentales, indico que la vida garantiza un saber anticipado del morir. La muerte es parte de la vida. Por eso nos sentimos llamados a acoger la vida con seriedad. Al morir, la vida de una persona alcanza carácter de totalidad. Morir significa hacer definitivo el proceso de crecimiento llevado a cabo. Con la muerte queda como sellada la vida que haya alcanzado. De este modo, la muerte nos plantea la cuestión del sentido de la vida. ¿Qué habremos edificado que haya sido noble y humano para nosotros y para los demás? ¿Qué habrá habido de verdad, de bien y de belleza en nuestra vida, como indicadores de una existencia que se podría recordar con agradecimiento? ¿Podemos acercarnos a la muerte confiando en que habrá valido la pena lo que habremos vivido, y que nuestra propia persona y la de los demás tendrán un valor más alto que el propio poder avasallador del morir humano? Todas estas respuestas esperadas se revelan con la propia vida. Es decir, la vida habla de la muerte; y ante la muerte no nos queda más que decir: ¡He vivido! Bien o mal, la vida que llevaste lo dirá.

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