viernes, 4 de abril de 2025

LA FELICIDAD TIENE DEMASIADO DE DECISIONES

Todo ser humano, en momentos, etapas y circunstancias de la vida, toma decisiones. Decisiones tan simples como levantarnos por la mañana, asearnos, alimentarnos, hacer ejercicios, salir a trabajar o estudiar, etc. De este modo, existen decisiones ordinarias y complicadas. Éstas pueden cambiar nuestra forma de vivir, querer salir o no de la zona de confort. Pues, a estas últimas hay que tomarlas con pinzas.

La experiencia de personas que han pasado por tales decisiones, concluyen que si no puedes o te cuesta decidir, entonces es no. Interpretamos esta hipótesis:

1. Frente a la indecisión nos encontramos con una encrucijada: la comodidad y el miedo. Acostumbrados a lo fácil y sacrificarnos por algo no es apetecible. También surge el miedo al cambio: ganar o perder. Perder significa la ignominia, la vergüenza al fracaso. Ganar, lo mejor, somos excelentes personas.

2. La indecisión acarrea la ignorancia, aquella falta de información o consejo para disipar las dudas. En tal sentido, lo mejor es pedir ayuda a especialistas y personas de entera confianza.

3. Cuesta decidir porque miramos atrás y, con lo que somos, nos basta para vivir; pero, nos engañamos, debido a que somos personas con potenciales.

Por todo lo dicho, queramos o no, lo mejor es decidir; de lo contrario, la vida u otras personas decidirán por nosotros. Y sabes que, no somos felices cuanto otros deciden por nosotros porque la felicidad está en la propia decisión; y eso que decidimos, con parresia, resulta ser el despertar de la mediocridad.

Si aún te cuesta decidir sobre temas cruciales en tu vida, entonces te conformas con lo que eres y tienes. Eso quiere decir, ya has decidido seguir así. Por otro lado, si decides bien, verás el cambio en tu vida.

viernes, 17 de enero de 2025

INTELIGENCIA Y REALIDAD ESTÁN EN UNO MISMO

👀INTELIGENCIA Y REALIDAD ESTÁN EN UNO MISMO

Ante la necesidad de decidir moralmente, resulta necesario educar la conciencia. Una educación que debe empezar en la niñez y no interrumpirse, pues ha de aplicar los principios morales a la multiplicidad de situaciones de la vida. Una educación protagonizada por la familia, la escuela, las leyes justas y líderes culturales, políticos, sociales que den la talla. Una educación que lleva consigo el equilibrio personal y que supone respetar tres reglas de oro:


Hacer el bien sin mirar a quien.

No hacer a nadie lo que no queremos que nos hagan a nosotros.

No hacer el mal para obtener un bien.


La educación de la conciencia es incompatible con el relativismo moral, con la concepción subjetivista del bien. Dicho de otra manera: educar la conciencia es enseñarla a respetar la realidad, a no manipular lo que es objetivo. La inteligencia es la capacidad de conocer la realidad y conocerse a uno mismo. Y educar la inteligencia es entrenarla para reconocer las cosas como objetivamente son, no como subjetivamente pueden parecer o nos conviene que sean.