Todo ser humano, en momentos, etapas y circunstancias de la vida, toma decisiones. Decisiones tan simples como levantarnos por la mañana, asearnos, alimentarnos, hacer ejercicios, salir a trabajar o estudiar, etc. De este modo, existen decisiones ordinarias y complicadas. Éstas pueden cambiar nuestra forma de vivir, querer salir o no de la zona de confort. Pues, a estas últimas hay que tomarlas con pinzas.
La experiencia de personas que han pasado por tales decisiones, concluyen que si no puedes o te cuesta decidir, entonces es no. Interpretamos esta hipótesis:
1. Frente a la indecisión nos encontramos con una encrucijada: la comodidad y el miedo. Acostumbrados a lo fácil y sacrificarnos por algo no es apetecible. También surge el miedo al cambio: ganar o perder. Perder significa la ignominia, la vergüenza al fracaso. Ganar, lo mejor, somos excelentes personas.
2. La indecisión acarrea la ignorancia, aquella falta de información o consejo para disipar las dudas. En tal sentido, lo mejor es pedir ayuda a especialistas y personas de entera confianza.
3. Cuesta decidir porque miramos atrás y, con lo que somos, nos basta para vivir; pero, nos engañamos, debido a que somos personas con potenciales.
Por todo lo dicho, queramos o no, lo mejor es decidir; de lo contrario, la vida u otras personas decidirán por nosotros. Y sabes que, no somos felices cuanto otros deciden por nosotros porque la felicidad está en la propia decisión; y eso que decidimos, con parresia, resulta ser el despertar de la mediocridad.
Si aún te cuesta decidir sobre temas cruciales en tu vida, entonces te conformas con lo que eres y tienes. Eso quiere decir, ya has decidido seguir así. Por otro lado, si decides bien, verás el cambio en tu vida.